domingo, marzo 13, 2011

Iconografía medieval / Medieval iconography



La iconografía en la Edad Media fue de una gran importancia para los hombres que vivieron en aquellos tiempos.
El Physiologus, que consistía en un tratado donde se enumeraban los animales y criaturas fantásticas, se convirtió en un referente para el hombre del medievo, siendo hasta el siglo XII el libro más leído junto a la Biblia.

El Physiologus no es solamente un inventario de todas las criaturas y de la comprensión antropológica sobre la naturaleza de aquella época, sino también un estudio alegórico y simbólico del significado transcendental de las cosas que, según el pensamiento cristiano, se encontraba inmerso en la naturaleza.

Cabe puntualizar aquí la diferencia entre símbolo y alegoría. Aunque la alegoría es predominante y rápidamente sugerente en los bestiarios, no debe considerar el observador que todas las figuras de animales o seres fantásticos sean siempre respuestas con significado simbólico. No obstante, será el propio autor, si no el contexto, quien lo sugiera.
Así, para Carl G. Jung, «el símbolo presupone siempre que la expresión elegida es la mejor designación o la mejor fórmula posible para un estado de cosas relativamente desconocido, pero reconocido como existente y reclamado como tal (...) será simbólica la concepción que declare la expresión simbólica como la mejor formulación posible -luego imposible de exponer más clara o característicamente por de pronto- de una cosa relativamente desconocida. Será alegórica la concepción que declare la expresión simbólica como paráfrasis o metamorfosis deliberada de una cosa conocida» (Tipos II, 281-282).

Por lo tanto, y esclareciendo estos conceptos, la alegoría, susceptible de una sola interpretación, se opone al símbolo, que es polisémico. Así «la alegoría parte de una idea (abstracta) para llegar a una figura, mientras el símbolo es primeramente y de por sí figura, y como tal, fuente entre otras cosas, de ideas» (Durand, L'Imagination, 7).

Sin embargo, símbolo y alegoría se confunden según la definición de René Guénon: «El nombre de símbolo, en su acepción más general, puede aplicarse a toda expresión formal de una doctrina, expresión tanto verbal como figurada: la palabra no puede tener otra función ni otra razón de ser que la de simbolizar la idea, es decir, dar de ella, en la medida de lo posible, una representación sensible, por lo demás puramente analógica. Así entendido, el simbolismo, que no es más que el uso de formas o de imágenes constituidas como signos de ideas o de cosas suprasensibles, y del que el lenguaje es simplemente un caso particular, es evidentemente necesario a la mente humana, y por lo tanto natural y espontáneo, Hay también, en un sentido más restringido, un simbolismo voluntario, reflexivo, que cristaliza en cierto modo en las representaciones figurativas las enseñanzas de la doctrina; además, a decir verdad, no existen entre ambos límites precisos, pues es seguro que la escritura, en su origen, fue en todas partes ideográfica, es decir, esencialmente simbólica».

Para el historiador de religiones el símbolo es un intento de conciliar lo celestial con lo terreno, para conseguir una unidad en oposición a las contradicciones que el mundo sensible ofrece al espíritu (Eliade, Traité, 379 y ss).

A modo de conclusión, y según el Bestiario medieval que estoy leyendo de Ignacio Malaxecheverría, es posible realizar una taxonomía de los diferentes grados o niveles de simbolismo en los bestiarios según el siguiente criterio:

  • El grado cero, es el explicado por el propio autor.
  • El grado uno. Este modelo sigue la lógica de Propp, que enfatiza las funciones representadas por los personajes dentro del relato.
  • El grado dos, el último, que exige alejarse del texto para comprender el significado desde una perspectiva de la psicología analítica. Éste, en consecuencia, es el caso en el que se debería centrar un estudio moderno sobre el Bestiario, sin por ello pasar por alto los demás grados.
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