lunes, agosto 02, 2010

Los comienzos del gótico / The beginning of gothic



 Recientemente he adquirido un nuevo libro sobre el arte gótico, de la editorial alemana h.f.ullmann. En las primeras páginas, me he quedado sorprendido ante la historia de este arte tan enigmático que comenzó aproximadamente en el año 1140 en pleno siglo XII.

Uno de sus grandes instigadores fue el abad Suger de St-Denis, una de las personalidades decisivas de la Francia del siglo XII. Procedía de una familia pobre de caballeros de Flandes. Fue amigo de juventud de Luis VI, en tiempo de su conjunta educación conventual en St-Denis, lugar donde nació. Más tarde fue diplomático y consejero al servicio de Luis VII, cuando este último y su esposa tomaron parte en la segunda cruzada.
En 1122 fue nombrado abad de St-Denis, donde llevó a cabo entre otras tareas su viejo sueño de restaurar el convento que se encontraba en perpetuo abandono. En este significante sitio, Suger y su arquitecto se convirtieron en los iniciadores de la nueva configuración de la arquitectura sacra.

Otro gran instigador del arte gótico fue San Bernardo de Claraval, que resultó una pieza clave para la expansión de la Orden del Cister por toda Europa. Era mordaz, polémico y el más poderoso monje del siglo XII, creía en la vida monacal en estricta obediencia y extrema negación de sí mismo. Suger y San Bernardo discrepaban en algunas cuestiones. La polaridad entre ambos puede haber desempeñado un cierto papel en la construcción de St-Denis. Mientras que Suger mostraba inclinación por las imágenes sagradas y ornamentos eclesiásticos de oro y otros materiales preciosos, en especial en las vidrieras, San Bernardo condenaba tales adornos porque pensaba que distraían la concentración devota y la oración de los monjes. La mayoría de conventos en Europa del siglo XII y XIII respondían a esta última estética.


El último gran promotor del gótico fue el filósofo Pedro Abelardo. Este personaje medieval llegó a París con unos veinte años. Abre, dos o tres años más tarde, su propia escuela de filosofía en la misma capital. En 1144 llega a director de la escuela catedralicia de Notre-Dame, habiendo pasado ya los 35 años. Poco después conoce a Eloisa, una alumna suya, con la cual mantuvo un apasionado romance. Tras diversos avatares amorosos, el famoso profesor tiene que refugiarse en el convento de St-Denis, donde es acogido. Eloísa también se refugia en un convento, y es conocida la admirable amistad que ambos amantes mantienen hasta el final de su vida.

En Abelardo se puede encontrar el perfil del nuevo intelectual, como tipo sociológico en el renacimiento urbano del siglo XII. Contribuyó decisivamente a la transformación de París en un centro vital de los debates filosóficos y teológicos. El intelectual medieval encontraba allí numerosas ocasiones de poner a prueba sus armas intelectuales.

Abelardo fue uno de los cimientos de la alta escolástica, mientras que Suger se convirtió en el coiniciador del gótico con el edificio de su nueva abadía. El pensamiento de Abelardo estaba fuertemente anclado en la lógica, de tal forma que puede verse como un instigador de una posible “ilustración” medieval. Era más antropológico que teológico y afirmaba que sólo el conocimiento científico libre de prejuicios podía determinar la fe. Abelardo es, hoy en día, un referente en el debate entre fe y razón, debido a su enfoque progresista.

San Bernardo era un claro detractor de Abelardo y veía en París una moderna Babilonia, con sus abyectos placeres y sus insolencias intelectuales. Bernardo creía firmemente que el hombre podía aprender más en los bosques, donde se encontraban los monasterios, que en los libros y pensaba que piedra y madera enseñaban más que cualquier maestro. Era el polo opuesto de Abelardo; defendía fervientemente la cruzada armada y no la intelectual.
Abelardo basaba su conocimiento en las fuentes de la filosofía clásica helénica y veía en Sócrates y Platón dos buenos cristianos, asunto que le costó ser acusado de pagano por Bernardo. Como consecuencia de esto, Abelardo es condenado por herejía por el Papa, sus libros son quemados, y huye a refugiarse en Cluny. Definitivamente, el abad de Cluny levanta su excomunión y consigue incluso reconciliarlo con San Bernardo.

Mientras San Bernardo y Abelardo debatían en una pugna entre fe y razón, el abad Suger proyectaba una visión más supranatural, puesto que su pretensión era conseguir una arquitectura de la luz que elevara al observador “desde lo material hasta lo inmaterial”.

A modo de resumen, me remito de nuevo a las ideas del abad Suger, verdadero artífice del arte gótico, ya que, según él, la contemplación de la belleza material nos permite elevarnos al conocimiento de Dios.
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