sábado, diciembre 12, 2009

La lucha de Norgamán y Grendor / The struggle of Norgaman and Grendor




Cuenta una vieja leyenda del siglo IX de nuestra era que en un reino de la alta edad media dos dragones acechaban los dominios del viejo rey Ergomún. Uno de ellos, Norgamán -el oscuro-, solía aparecer en los solsticios de verano por el oeste y su presencia era presagio de desgracias y malas cosechas, pues su actitud era maléfica para los pobladores del reino, quemando campos de trigo con el fuego que exhalaba por sus fauces y devorando inocentes campesinos. Para aplacar su furia, los habitantes solían sacrificar una bella doncella y ofrecerla al dragón en cada solsticio de verano. Su adversario, llamado Grendor -el blanco-, era una dragón benévolo que frecuentaba las aldeas del reino en los solsticios de invierno aproximándose por el este, donde salía el sol. Su presencia era bien recibida por los habitantes, ya que su aparición vaticinaba buenas cosechas y una época de prosperidad.
Diose la casualidad de que, durante una larga temporada de años, no se vio aparecer al benefactor dragón Grendor, de modo que el reino quedó sumido en un largo letargo de tristeza al tener que sacrificar cada año a las jóvenes más bellas. Un día, el rey y su consejo tomaron la decisión de enviar a los mejores caballeros hacia el oeste para derrotar al terrible dragón. Y así fue: cada tres meses partía un nuevo caballero con destino a occidente en busca de Norgamán el oscuro, pero desgraciadamente nunca se supo nada de ellos.
Después de varios años y agotadas las esperanzas, el consejo de Ergomún, tomó la decisión de enviar el último caballero del rey hacia oriente en busca del dragón Grendor, del que no se sabía nada desde hacía muchos años. El caballero partió rumbo al este, cruzando toda Europa, hasta llegar a Constantinopla donde los caballeros de Ergomún eran tratados como nobles. Después de la larga travesía, cansado de no encontrar al dragón, dedicó su tiempo a la lujuria y al vino en las tabernas de la ciudad.
Transcurrieron varios meses y reanudó su viaje hacia el este sin mucha voluntad ni premura. Una buena noche de verano, cabalgando errático por los territorios de la antigua Mesopotamia, tropezó con un hechicero que parecía estar haciendo mediciones astronómicas en lo alto de un zigurat. El hechicero se llamaba Álkendor, al que el caballero se dirigió para narrarle los trágicos sucesos que acontecían en su reino. El hechicero conocía la leyenda de los dragones gracias a las historias que contaban los ancianos lugareños, los cuales le indicaron a raíz de los sucesos, que debía partir hacia el Himalaya donde se sabía que se escondía el buen dragón. El hechicero optó por encargarse personalmente de tal misión e intentó persuadir al caballero de acompañarle, pues creía que no era cometido para un militar. Pero pasado un tiempo y pensándolo mejor, permitió al caballero que le acompañara en tan largo viaje.
Cruzaron todo Oriente Medio hasta llegar a la cordillera del Himalaya. Una vez allí, y siguiendo las mediciones de Álkendor, obstinado en observar los astros y las huellas del suelo, de improviso, avistaron una silueta con forma de dragón que volaba lentamente hacia la cima de una montaña nevada. Era Grendor, que se dirigía a cobijarse en su guarida en lo alto de la montaña. Definitivamente, tuvieron los arrestos para emprender la ardua subida a la cima, dejándose la piel en el duro y frío ascenso. Una vez llegado a la guarida del dragón, el caballero casi sin aliento y tiritando de frío suplicó al mismo que acabara con la maldición de su reino, devastado por el malvado Norgamán. Grendor miró fijamente con aire impetuoso a los dos visitantes y, exhalando una llamarada de fuego hacia el oscuro cielo, se pronunció:

- Prometo ayudaros, pero a cambio quiero que convirtáis todo los riscos de esta cima en oro y forjéis una espada en ella con la que mataremos a Norgamán. Para lograrlo necesito que os sirváis de este antiguo tratado de magia que siempre he conservado en mi refugio y nunca he podido comprender. Por último, os prohíbo terminantemente coger el oro que aquí transforméis.

Así fue. El hechicero, leyendo en voz alta las palabras mágicas del capítulo de la transmutación de las piedras y alzando su báculo hacia las estrellas, convirtió todo la cima de la montaña en reluciente oro y con ayuda del caballero y del dragón forjaron una espada áurea. Grendor quedó complacido y los invitó a refugiarse y comer con él.
Durmieron al abrigo de la guarida, pero el astuto caballero que descansaba junto a la panza del dragón, no pudo resistir la tentación de robar parte del oro que allí brillaba en tan espléndida noche. De manera sigilosa y furtiva, el caballero comenzó a picar con una daga el oro que revestía la cumbre. Pero Grendor, que no era el único que recelaba esa noche de tan codiciado tesoro, descubrió la usurpación a la que estaba siendo sometido y, despertando bruscamente, se abalanzó hacia el caballero y atrapándolo en sus fauces, lo devoró en cuatro bocados. Álkendor, aterrado, despertó en es momento y presenció la horrible escena. Grendor increpó entonces:

-Os prometí mi ayuda, pero os prohibí tajantemente que no cogierais el oro.

-Lo siento. Mis intenciones no eran esas, puedes confiar en mí, te lo aseguro. Replicó el hechicero.


Respondió entonces el enojado y pensativo dragón:

-De acuerdo, te permito dormir tranquilo por esta noche, pero te seguiré vigilando con uno de mis ojos abiertos y si se te ocurre robarme mi oro correrás la misma suerte. Mañana al amanecer partiremos hacia occidente a salvar el reino de las garras de Norgamán.

Al día siguiente, y depués de que Álkendor se montara a lomos del dragón, emprendieron juntos el vuelo hacia el oeste.
A los pocos dias llegaron al reino, en el equinoccio de marzo de ese mismo año. Por el lejano horizonte se divisaba la silueta de Norgamán que se acercaba a defender su sometido territorio. En poco espacio de tiempo después, se entabló la lucha a muerte entre Norgaman y Grendor. En medio del atroz combate entre dragones, el hechicero se las ingenió para conseguir cortar el cuello del malvado dragón con la espada de oro, en pleno vuelo, bajo la atenta mirada de los aldeanos, del rey Ergomún y de Grendor.

Felizmente, una vez derrotado al malvado dragón, los jubilosos habitantes celebraron fiestas por todo el reino, vitoreando a sus libertadores. El rey, muy agradecido, honró su valiente gesto recompensando a cada uno con cien monedas de plata y nombrándolos protectores del reino.

Y así acaba esta leyenda: Álkendor y Grendor regresaron de nuevo hacia oriente, donde se separaron. El hechicero continuó estudiando astronomía desde su zigurat, y el dragón siguió visitando desde oriente las tierras del afortunado y fructífero reino.

domingo, septiembre 20, 2009

La biblioteca arcana / The secret library


 

En una antigua ciudad europea, de nombre olvidado, en la confluencia de tres calles en forma de tau, se encontraba una vieja iglesia en ruinas junto a un jardín también abandonado y objeto de especulación por ambiciosos constructores sin escrúpulos. El jardín siempre había estado cercado por un infranqueable muro que le daba cierto aspecto oscuro y misterioso.
Cada noche, al tocar las cuatro de la madrugada en la torre de la catedral, un grupo de ancianos cruzaba clandestinamente la puerta de la abandonada iglesia que daba al enigmático jardín. Los ancianos eran los únicos poseedores de la llave que abría la puerta de la iglesia, en la que, en una esquina cerca del ábside y tapada con un pesado arcón, se encontraba una trampilla en el suelo que comunicaba con una larga galería dividida en nuevos pasadizos, como si de un laberinto se tratara.
El grupo de ancianos se adentraba cada noche en el interior del laberinto, siempre iluminados con la luz de una tea, pues era costumbre entrar en aquel sitio sin luz eléctrica. En la salida del laberinto, cuyo acceso sólo ellos conocían, se encontraba una enorme biblioteca subterránea, tan grande como un campo de fútbol y en la que se encontraban ejemplares únicos y originales de antiguos libros y manuscritos del Antiguo Testamento, Evangelios, miles de volúmenes salvados de Alejandría y otros tantos millares hoy desconocidos para la humanidad.
Los ancianos habían vivido en la ciudad desde el siglo XIII, a la que habían llegado cuando eran caballeros templarios, transportando el ingente y secreto cargamento a la subterránea biblioteca. Afortunadamente, pudieron sobrevivir tantos años en la ciudad gracias al jardín, pues éste poseía un mineral de la eterna juventud en su tierra, en la que cultivaron escogidas frutas para su alimentación. La situación geográfica del jardín no era fortuita, pues pudieron localizar tan eminente lugar gracias a los libros que salvaron y leyeron.
El destino de los ancianos era velar por la integridad de los libros y el saber que atesoraban durante siglos, a la espera de un nuevo renacer para la humanidad, donde la luz de la sensatez y el sentido común gobierne el mundo, lejos ya de la soberbia, autosuficiencia y vanidad de los intelectuales modernos. Cuando el conocimiento sea para los más desfavorecidos y, especialmente, para aquellos que quisieron pero nunca pudieron, será entonces cuando la misión de estos ancianos monjes guerreros haya concluido y podrán descansar para siempre.
Todos los derechos reservados. Copyright © Carlos Jiménez de Parga 2006 - 2015 Carlos Jiménez Parga - Registrado en la Propiedad Intelectual de Murcia - Reg nº 910/09